La
Costa da Morte, agreste y salvaje, llena de vegetación y olas
feroces, ha sido testigo y culpable al mismo tiempo, de innumerables
acontecimientos a lo largo de su historia.
Uno
de los más calamitosos fue el hundimiento del Prestige que dejó en
la memoria un rastro imborrable de chapapote.
Muxía
fue el epicentro de ese desgraciado accidente, pero, después de unos
cuantos años, el mar vuelve a oler a mar y sus gentes han recuperado
la sonrisa.
Antaño
este municipio se llamaba Mongía -tierra de monjes- y se cree que
los religiosos se asentaron allí con el fin de ayudar a los enfermos
leprosos.
El
origen de esta población lo buscamos en el Monasterio de San Xiao de
Moraime -siglo XII-, ubicado cerca del pueblo y que ejerció una
gran influencia en la Edad Media sobre las tierras de alrededor.
Parejo
a la historia del lugar tenemos el famoso Santuario da Virxe da Barca
-el edificio actual es del XVIII, pero la primera capilla era del
XII. Se localiza en la bocana de la Ría de Camariñas, en frente del
Cabo Vilán. Se llega al templo desde el centro de la población por
el camino llamado Camiño da Pel (Camino de la piel), que bordea el
Monte do Corpiño. En esta vía se encontraba una fuente donde los
peregrinos solían lavarse antes de visitar el famoso santuario.
Pero
otra de las causas de la devoción por este lugar son las famosas
piedras que se distribuyen por el lugar muy cerca del mar. Son las
piedras de los milagros, las que cuentan que formaron la nave en que
llegó la Virgen para aparecerse al Apóstol Santiago.
La
más grande de ellas la Pedra de Abalar pesa más de
sesenta toneladas y dicen que se mueve y hasta produce un leve gemido
cuando se sube a ella alguien que sea límpio de corazón. Se trata
de una piedra delgada y larga. También se dice que cuando se
balancea es que premoniza alguna desgracia.
La
Pedra dos Cadrís, la quilla de la barca, libra de los dolores de
espalda a quienes pasan debajo de ella.
Y
la Pedra do Timón, el timón. En realidad, son antiguas piedras
mágicas de los celtas que se han convertido en referencia obligada a
todo aquel que quiere pedirle un favor de salud, a esta Virgen
aventurera.
En
este lugar, hoy en día, se pone punto y final a una de las etapas de
los peregrinos del Camino.
Luego
no debemos olvidar ascender hasta el monte do Corpiño y
maravillarnos con las estupendas vistas de la Ría de Camariñas y de
la villa de Muxía que desde lo alto del mirador se divisan. Este
pequeño montículo de 68.57 m de altura se ubica detrás del
santuario y se asciende por una pequeña, pero acondicionada rampa.
Es
en este lugar donde vimos ponerse el sol por última vez en tierras
gallegas.
Nos
gustó Muxia. De hecho, es un trozo de tierra que se mete en el mar
de tal manera que, por un lado está abrigada por la ría y por el
otro recibe la furia del Atlántico abierto.
Fue
en ese punto donde el chapapote llegó intentando colarse como un
huésped no deseado.
Constancia
de este hecho es el monumento A Ferida -la herida-.Se trata de dos
enormes bloques de piedra de veinte metros de altura separados por
una grieta, que recuerdan la catástrofe ecológica del Prestige.
De
día, Muxia se convierte en dominio exclusivo de las mujeres porque
la mayoría de los hombres salen de madrugada a faenar para regresar
a media tarde con la captura del día, que se subasta en la lonja.
La
pasión por el mar es tan grande que sólo aquí pueden verse los
últimos secaderos al aire libre de congrio existentes en toda
Europa.
Siguiendo
un proceso artesanal, basado en aprovechar las condiciones de sol y
viento de esta costa, este pescado es conservado como hacían
nuestros antepasados, cuando la tecnología no había sido inventada.
Pudimos
fotografiarlos paseando por el paseo marítimo de regreso del
Santuario da Virxe da Barca.
Desde
allí podemos visitar el cabo Touriñán que es el punto más
occidental de Galicia y de la España peninsular. Aunque lleva la
fama, Finisterre no es el punto más al oeste de España , sino que
ese honor le cabe a Touriñán.
Los
amantes del románico no deben perderse las capillas que pueblan las
parroquias de los alrededores, como la de Santa Leocadia de Frixe,
Nuestra Señora de la O, la ermita de Señora Mariña en Couceiro,
el conjunto de San Martiño de Ozón y el monasterio de San Xiao de
Moraime (unos 4 kms antes de llegar a Muxia), nombrado anteriormente.
Rescato
de mi libreta viajera las impresiones que anoté en esta curiosa
villa justo al acabar nuestro primer Camino de Santiago Francés :
“...El
mar estaba movido, soplaba mucho viento y lucía un impresionante
color azul cobalto, que se convertía en plateado en una pequeña
zona donde se reflejaba el sol que iba poniéndose.
Lo
habíamos hablado muchas veces, esta última etapa sería un homenaje
a las gentes del mar que no han vendido su dignidad por un puñado de
euros y son conscientes de que el mar no es una herencia de sus
padres sino un préstamo de sus hijos...
Los
dos tenemos muy grabadas las preciosas imágenes que tuvimos la
suerte de atrapar, a las 10.07 de la noche, frente al oeste de la
Costa da Morte, en Muxía, sobre el peñascoso monte do Corpiño y al
lado del Santuario da Virxe da Barca, cuando vimos ponerse el sol.
Acompañados
solamente por el graznido de las gaviotas y el ruido del fuerte
viento contemplamos cómo la bola de fuego se deshacía. Cuando esto
sucede comprendes la fascinación que tantos y tantos ven en esta
ceremonia, un ritual que por lo grandioso aún hoy parece
sobrenatural.
Observar
la inmensidad del mar rodeados de tanta piedra, impresiona. Sentir el
viento en la cara, ver las olas chocar fuertemente contra las rocas,
relaja y te deja pensar tranquilamente...”
Abandonamos
Muxía embrujados por el misterio de sus acantilados milenarios y el
sonido tempestuoso de sus aguas. Sólo el que ha estado allí puede
entenderlo.
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