Desde
que salí de Pamplona sabía que la N-111 sería mi compañera, mi
lazarillo fiel que me conduciría por el paseo medieval que tanto
deseaba hacer. Ya oía las voces de un pasado de reyes, castillos,
monjes, monasterios y preciosas iglesias románicas y góticas.
Desviándome
un poco visité
Uterga, Muruzábal y Obanos,
tres pueblos que me recibieron con aire perezoso porque era muy
temprano, pero pude contemplar la belleza de su variada arquitectura
civil, casas de cantería con arcadas góticas. Son coquetos y me
gustaron.
Desde
Obanos o Muruzábal podéis desviaros hacia la iglesia de
Santa María de Eunate,
que la encontraréis allí, en medio de la nada, fotografiada
millones de veces y decorada con historias de templarios y
conspiraciones mágicas.
¡
Es muy fácil sentirse antiguo peregrino al pisar los suelos hechos
de cantos rodados !
Al
recorrer esta calle Mayor es imposible no prestar atención a una
torre que parece tocar el cielo, la de la Iglesia de Santiago que
tiene también dos portadas románicas muy bonitas.
Me
encantó el puente románico sobre el río Arga al final de la calle
y del pueblo. Sus seis arcadas son del siglo XI y, probablemente, lo
mandó construir para el paso de peregrinos la reina Doña Mayor.
Mi
querida compañera N-111 me llevó hacia
Cirauqui
(nido de víboras en euskera), un pueblo medieval en lo alto de una
colina que tiene una iglesia con portada románica del XIII muy
bonita. ¡ Hubo que sudar un poco al subir por las calles empinadas y
adoquinadas hasta llegar al centro !
Los
indicadores decían Lorca, Villatuerta …, pero mi destino era
Estella, Estella la Bella, como la llamaban los viajeros en el siglo
XV.
El
curso del río Ega me llevó hasta el origen de Estella,
la rúa Curtidores.
Había
leído que de una originaria villa pastoril denominada Lizarra
(término que designa a un fresno en euskera), se transformó en L'
Izarra que se puede traducir como estrella y que en la lengua de los
foráneos, el occitano, quedó plasmada como Estela.
Un
paisano me ayudó a aparcar. El señor
en cuestión me dijo :
"
Aquí el pan es bueno, el vino excelente, la carne abundante y esta
ciudad rebosa todas las delicias arquitectónicas. Mire y observe el
convento de Santo Domingo que lo tenemos delante. No deje de admirar
la Iglesia de San Pedro de la Rúa, el Palacio de los Reyes de
Navarra …, en Turismo le darán un tríptico informativo”
Le pregunté sobre el
templo que me había recibido y que quedó grabado en mi retina por
negruzco, medieval a rabiar y erosionado como una roca de mar.
Hablamos de la iglesia del Santo Sepulcro.
Enseguida vi que en este
barrio se arremolinan los edificios más añejos. Caminando llegué
al entorno monumental de la plaza de San Miguel, un tranquilo y
reducido espacio en cuyo centro se sitúa la famosa Fuente de Los
Chorros ( la conocen como La Mona).
Frente a ella el antiguo
Ayuntamiento del siglo XVIII – actual juzgado-; y al otro lado el
Palacio de los Reyes de Navarra y la iglesia de San Pedro de la Rúa.
Estas construcciones románicas forman un rincón especial de
singular encanto y crean esa atmósfera medieval que tanto nos gusta
a muchos viajeros.
Era jueves y había
mercado en la Plaza de los Fueros. Esta plaza representa el punto
neurálgico de la villa y es allí donde podemos encontrar a un
vecino si no está en su casa.
Crucé
el puente del Azucarero, caminé por la calle Zapatería que enlaza
con la calle Mayor, donde están la mayor parte de comercios con
solera.
Siempre me han atraído
los mercados de los lugares que visito; quizá es porque puedo llenar
todos mis sentidos con sus colores, olores, ruidos, sabores y
texturas; por eso los visito.
El bullicio cercano
anunció mi cita con los productos de la tierra. Había toda clase de
hortalizas, pimientos del piquillo y espárragos, quesos artesanos
hechos en pueblos cercanos y también caldos de la tierra.
Busqué
la pastelería de Ángela que me habían recomendado. Su especialidad
son las Alpargatas, pastelitos de hojaldre y crema de almendras.
¡Buenísimos!
Me dijeron que en uno de los
soportales de la plaza hay una placa que cita: ”Residencia de
Carlos de Borbón durante la última guerra civil. Siglo XIX” Hace
referencia a las últimas luchas con los carlistas que históricamente
tenían aquí uno de sus feudos.
No la encontré, pero nuestro Camino
nos llevó al día siguiente al escenario de algunas batallas, el
Montejurra, la montaña del carlismo, cerca del Monasterio de Iratxe.
El
Monasterio de Iratxe
se presenta en medio de campos de vides, como un atento vigilante del
acceso a Montejurra.
Es de estilo medieval, renacentista y
barroco, y tiene un aire enigmático porque se sabe poco de su
origen. La auténtica joya es el Claustro, un remanso de paz y
silencio.
Poco antes de entrar en la plaza del
monasterio está la famosa fuente del Vino, un grifo “milagroso”
que las bodegas Iratxe mantienen abierto, junto a otro de agua, en
recuerdo de aquel fruto de la vid que servía de combustible a los
antiguos peregrinos, recuperando la mitad de la ofrenda hospitalaria
tradicional en la Edad Media, cuando a ningún peregrino se le negaba
un trozo de pan y un vaso de vino.
Mi
fiel compañera N-111 me llevó entre campos de cereales y viñas por
terrenos llanos hasta
Villamayor de Monjardín,
pueblo que enseguida reconocí por los restos de su castillo que está
en proceso de rehabilitación.
Después
hacia Los Arcos,
localidad con mucho ambiente jacobeo gracias a sus tres albergues. De
nuevo me encontré otro pueblo de origen medieval con trazado urbano
original; tiene una puerta de la antigua muralla, un puente de piedra
y numerosas casas señoriales. Lo más visitado la iglesia de Santa
María.
Nuestra
ruta por tierras navarras estaba a punto de terminar, pero una
agradable sorpresa nos esperaba: Torres
del Río.
Es
un pequeño y simpático pueblo de casonas barrocas que tienen
escudos en sus fachadas y que esconde una joya que deleita a los
amantes del románico: la iglesia octogonal del Santo Sepulcro.
Al contemplarla recordé Eunate al
instante. Seguramente construida también por los templarios en el
siglo XII. Tiene planta octogonal con tres cuerpos, rematada por una
linterna también octogonal. En el tímpano de la entrada está la
cruz patriarcal, símbolo de la Orden Militar del Santo Sepulcro.
Una nota en la puerta indica quien es
la persona encargada de abrir la puerta para poder visitarla. Dos
peregrinos en bicicleta se me adelantaron y pude visitar el interior.
Me pareció un templo pequeño si se
compara con la altura que tiene. También muy austero, pero de una
belleza envidiable. Me llamó la atención una imagen del
Crucificado, de bella talla, una de esas joyas del románico que tan
atractivo tienen.
Más tarde un rojo atardecer me
inyectó una inyección de alegría, estaba muy cerca de fronteras
riojanas, allí donde el Camino se junta con la N-111 me encontraría
de nuevo con “mi caballero andante”
1 comentari:
Nacarra es una tierra preciosa, única, un antiguo Reino lleno de tradición. Tierra de carlistas, como mi buena Tortosa.
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