dijous, 16 de maig del 2013

UN PUEBLO MARINERO: SANT CARLES DE LA RÁPITA





Desde la terraza de mi apartamento de Sant Carles de la Ràpita observo los campos de arroz que quedan a mi izquierda. Durante los meses de invierno se han mantenido inundados de agua hasta finales de febrero.
Esto ha favorecido que las aves acuáticas que provienen del centro y norte de Europa encuentren gran cantidad de alimento en este clima más cálido. Vemos la cerceta, el pato cuchara, el ánade rabudo y el pato blanco.



Durante estos meses se labra la tierra que aún mantiene agua. Este proceso se llama “fanguear”.
Cuando esto sucede, se crea un espectáculo que el Delta ofrece siempre en exclusiva: una gran concentración de aves se agrupan y revolotean detrás del tractor.
Buscan en el barro gusanos, peces, cangrejos de río y otros bichos.
A partir de marzo, los campos se dejarán secar gradualmente. 
En las lagunas donde hay agua los pájaros se concentrarán para pasar estos dos meses que los arrozales están secos.



Hoy quiero escribir sobre esta villa que tantos buenos ratos me ha dado.
                                    “Donde la tierra abraza el mar”.
Estas son las palabras que figuran en todos los folletos turísticos.
El nombre de este lugar tiene un doble significado: por un lado, la rábita o rápita, una fortaleza militar y religiosa que los musulmanes construyeron en la Edad Media en la frontera con los territorios cristianos; por otro, el nombre toponímico de Carlos, que proviene del rey Carlos III.
En el siglo XVIII, los borbones, influidos por la Ilustración, proyectaron un gran puerto en el Delta del Ebro, con licencia para poder comercializar con América.
De aquel tiempo son la plaza porticada, el edificio de la Glorieta, la Iglesia Nueva y restos del antiguo canal de navegación. 


La Iglesia Nueva con mucha probabilidad estaba destinada a usos comerciales. Se trata de una construcción neoclásica de planta cuadrangular en la que destaca la fachada con cuatro grandes columnas adosadas al muro principal con capiteles de tradición jónica.  En el interior se encuentran otras columnas que tenían que sostener la cúpula que no llegó a construirse.

La Glorieta se encuentra en la parte superior de la villa. Esta obra, que quedó inacabada, estaba pensada para funcionar como un mirador hacia el mar, función que ha desaparecido ya que se encuentra rodeada de altos edificios.
Si visitamos este pueblo marinero podemos subir hasta el mirador de Guardiola (de la Torreta, lo llaman coloquialmente aquí).Allí hay una torre de vigilancia romana. Desde ese mirador se disfruta de una maravillosa vista panorámica de la villa, la Bahía de Alfacs y el Delta.


Uno de los atractivos del pueblo son sus playas doradas (playa de Garbí, de Delicias y Capri), de arena fina y poca profundidad, donde Clara y Mario, mis nietos, han aprendido a nadar. Son playas de turismo familiar, limpias, tranquilas y poco concurridas.
Un poco más lejos encontraremos la playa del Trabucador, que también pertenece al pueblo. Es una hermosa barra de arena de 6 km que une la Punta de la Banya con el Delta y delimita la bahía de los Alfacs. Es el lugar de baño para mis hijos y nietos.


Cuando los visitantes llegan a la villa la mayoría vienen atraídos por la fama de su cocina y buscan los diferentes locales de restauración. 
Menús y cartas están llenas de especialidades preparadas con arroces, langostinos, galeras, anguilas, angulas y patos. 
La mayoría de la materia prima de estos platos sale del puerto de Sant Carles.


Dedicado a Sant Carles de la Rápita, el lugar donde quiero se pare el tiempo.

1 comentari:

Joseph y Elvireta ha dit...

¡¡ Cuantos momentos felices hemos pasado en este pueblo !! Añadiríamos a este relato algo muy importante: la cálida acogida que los rapitenses hacen a todos sus visitantes. Recomendamos una tarde en el puerto pesquero.